jueves, 27 de marzo de 2008

Pequeña anécdota con un grande....


Un homenaje a Helio Vera

Por Fátima Rodríguez*


Como profesor, tenía un carácter detestable y la genialidad de poner el dedo índice en la llaga mayor del estudiante: su ignorancia. Entonces, en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de Asunción uno podía egresar admirándolo o detestándolo. Sin puntos intermedios, ni indiferencias. Así era Helio Vera, así era él, como cualquier paraguayo que piensa y dice cuanto siente. Siempre encontraba más adversarios que admiradores, pero por ser brillante en la exposición de sus ideas casi no encontraba contendientes.
Fui una de las del extremo, tenía mis diferencias ideológicas con él, pero tuve la oportunidad de reconciliarme de la manera más extraña y hasta jocosa. Desde lejos, hoy “nostalgio” su recuerdo con pena al enterarme de su partida, pero con alegría por haberla vivido.
Durante mucho tiempo no lo soporté... hasta que un día vencí mis prejuicios de alumna resentida y comencé a leerlo. Un amigo en común nos puso en contácto porque yo me encontraba embaucada en una rara tarea de peleas animalescas y el amigo creía que Helio era el indicado para ayudarme a desarrollar una interpretación cultural sobre un fenómeno gallinesco.
Nos hablabamos por teléfono asíduamente, sin embargo no nos veíamos desde las clases de 1999, cuando yo era una ferviente defensora de la "toma de la Facultad de Filosofía" y él un acérrimo crítico de todo.
“Sos medio rara vos”, dijo cuando apenas subí a su auto granate(o marrón, no recuerdo) en la zona roja de travestis en la avenida Mariscal López, cerca del hospital Materno Infantil. “¿Por qué te cité a vos acá o porque te invité a una riña de gallos?”, le dije. Era una tarde fresca de domingo de julio del 2006, nos dirigíamos a un barrio periférico de San Lorenzo para una jornada de riña de gallos. “Esto es para escribirlo, es digno de una obra de García Márquez”, me dijo cuando después de varias y varias vueltas llegamos al final de una calle empedrada y encontramos el famoso “estadio” dónde dos gallos perderían en pelea sus propias cabezas a espuelones, en menos de dos horas y ante nuestros ojos.
En principio no quisieron dejarnos entrar al lugar, porque consideraban que “este deporte” no era para chica. Esa imagen de profesor pedante se esfumó por el aire cuando lo escuché tan conciliador, pidiendo que me dejaran entrar, explicando a los organizadores que sólo éramos un par de curiosos con deseos de escribir cosas sobre las riñas, pero ni pensamos llamar a la policía a dar sus paraderos.
Después de observarlo durante largo rato, un riñador se le acercó y le dijo: “Te conozco de algún lugar, te conozco. ¿Vos pio no sos Helio Vera?”. “Sí, che ha´e” , respondió él. El hombre se puso a celebrarlo. “Estamos frente al mayor escritor vivo del Paraguay y está con nosotros”, dijo. La historia estaba salvada para mí, pero él se había puesto colorado e inquieto ante el acoso de tanta gente que le insistía con sus vasos de cerveza, vino y caña blanca. Lo único que aceptó fue un billete de diez mil guaraníes que nos habían dado para apostar: “cinco para vos y cinco para mi”- me dijo- mientras me echó un ojito. Y ganamos las apuestas, devolvimos los 10, aprendimos nuevas palabras y nos cagamos de risa. Es la pequeña anécdota con un grande y prolífico periodista paraguayo. Por eso, Helio, gracias por la reconciliación.